⌊ ÁNGEL DOMINGO ⌋
Conversamos con Alberto González Pascual, director de Talento y Formación de PRISA, sobre la vertiente humanística del debate y otros temas. Es profesor de las facultades de Comunicación de las universidades Rey Juan Carlos y Villanueva. Considera que «en la Cuarta Revolución Industrial, donde el sublime digital y la aceleración del ritmo con que las tecnologías inundan todos los aspectos sociales, culturales y económicos de la vida cotidiana y profesional, adquirir la conciencia del valor que supone para tu desarrollo llegar a dominar la retórica como instrumento para pensar con lógica y educar nuestro entendimiento, supone la diferencia entre exponerse a la manipulación y vivir en la ignorancia sin saberlo, o bien encaminarse hacia el conocimiento de la verdad, y guiarse por valores como la pluralidad y la empatía. La misión y los logros de la LEDU suponen una contribución diferencial para que la juventud universitaria pueda desarrollar en el seno de nuestra sociedad todas las expectativas de perfeccionamiento ético y material que están depositados en ella».
¿Qué papel tendrán las humanidades en el futuro?
Para llegar a entender la importancia de las humanidades en el desarrollo y la mejora de la sociedad durante este siglo XXI, tan dominado por la tecnología, hay que partir, en primer lugar, de una posición de humildad.
Desde el Renacimiento, el progreso técnico que ha logrado el hombre ha sido encomiable y prácticamente constante. Pero, al mismo tiempo que la ciencia se abría paso y adquiría su función moderna, la humanidad iba descubriendo lo relativamente insignificante que somos cuando nos situamos en relación con el conjunto del cosmos y los engranajes de la naturaleza.
Copérnico demostró que lo que habitamos es un fragmento diminuto de materia, uno de tantos, dentro de una constelación inconmensurable de cuerpos celestes que giran en el espacio.
Después, en el terreno biológico, las tesis de Darwin volvieron a golpear nuestro orgullo de especie. Desde entonces, ya no podemos considerarnos con un estatuto extraordinario sobre el resto de los seres vivos, sino que hay dada una afinidad esencial con otros animales e incluso en la relación de descendencia con respecto a ellos. Es lo que Spinoza entendió mucho antes como la igualdad perfecta entre todos los seres.
Para culminarlo, la revolución en el plano psíquico destapó que todo lo que ocurre dentro de nuestra mente no está dominado por la fuerza de nuestra voluntad, sino que una buena parte de lo que motiva nuestros actos y que configura nuestra personalidad se encuentra reprimido en el inconsciente. En resumen, “no somos los dueños de nuestra propia casa”.
Ante una incertidumbre de esta dimensión y alcance, y como ha venido a refrendar la catástrofe del virus COVID-19, solo cabe un propósito esencial e inalienable para una civilización y es el de perseverar en el perfeccionamiento de nuestro entendimiento. La división entre ciencia y humanidades es una malinterpretación, ya que por su propia naturaleza deberían constituir una unidad de igual modo que la forman la mente y el cuerpo o el raciocinio y las emociones, y que se conjugan de miles de maneras tanto en el pensamiento como en las decisiones que tomamos.
A menudo uno queda hipnotizado por creencias equivocadas que califican el modo de ser humanista como el de alguien principalmente teórico y no práctico, o de ser escuetamente un erudito provisto de conocimientos en alguna materia subjetiva o un artista dotado de una exagerada sensibilidad. Pero, por ejemplo, Schopenhauer nos aclaró algo muy relevante y vigente en nuestra época: hay dada en la sociedad una obsesión por tener mucha información, de todos los campos del saber y en la mayor cantidad que sea posible, pero es un completo error, el modo equivocado de expiar el pecado por el hambre de conocimiento. La senda para estar más cerca de una verdad radica en cómo es entrenada y cómo de aguda es la comprensión con la que trabaja nuestra mente. El salto cualitativo lo proporciona la aspiración de perfección, que en términos mundanos lo entendemos hoy en día bajo el literal “calidad”, ya sea en el diseño ya sea en la ejecución, y la sustancia de ambos procesos tiene su origen en cómo el cuerpo del ser ha producido el pensamiento del ser. Es en ese salto en lo que deberíamos poner el foco de nuestros esfuerzos. Ser un humanista es alguien que ama al hombre no solo en sus virtudes luminosas, sino también en sus terribles contradicciones. Y que afina todo su potencial y capacidades para comprenderle, lo cual es una de las empresas más complejas que pueden existir.
Ahí radica que el humanismo sea eterno. Por tanto, no está en peligro de extinción. El problema es que tampoco se puede asegurar que el humanismo automatice la justicia y la compasión por su propia presencia, dado que, en realidad, los resultados que proporciona son frágiles o, dicho con otras palabras, el sentido del humanismo es equivoco y lógicamente puede extraviarse al servicio de intereses particulares e ideologías.
Los atributos de un líder pertenecen al estatuto de la virtud. Ese es su código genético.
Otra parte de su trabajo es el liderazgo, ¿qué cualidades ha de tener un buen líder en la actualidad?
El líder es una metáfora del lenguaje, una sublimación del tipo ideal sociológico concebido por Max Weber. Bajo este prisma, hemos de entenderlo, primero, como una imagen mental que no capta la realidad histórica, sino que es un concepto límite, pues, un sujeto abstracto idealizado que nos sirve de molde para comparar lo que ocurre de verdad a nuestro alrededor. ¿Cómo se comporta alguien con autoridad o a la que la prestamos esa ascendencia en relación con el tipo ideal? Cuando definimos lo bueno y lo útil que debe tener un líder, en tanto que es una representación de una autoridad que nos educa o que nos indica un modo de ser, es que su conducta empírica esté cercana a lo que hemos imaginado como perfectibilidad a tenor de la cultura heredada, esto es, como un hacedor de lo que ha sido aprendido como lo correcto o lo que genera valor para nosotros.
Los atributos de un líder pertenecen al estatuto de la virtud. Ese es su código genético. Pero luego, en cada época, su traslación a la coyuntura social adquiere modificaciones; tenues o radicales alteraciones; que son las que debemos aprender a analizar para evaluar si hay una correlación entre el líder que se practica en la realidad histórica y el que está codificado en el estatuto de la virtud que es quien lo incardina dentro de la tradición de la ontología.
Por ejemplo, la sociedad occidental está atravesando por la aceleración de un estado de inseguridad que contagia a todos los estamentos de cualquier organización con respecto a valores, principios, compromisos y utilidad institucional. Esto provoca que se esté generalizando comentar que un líder actual debe ser vulnerable o que, al menos, no tenga vergüenza de mostrarse falible o de explicitar en público su angustia o sus temores. Esta es una tendencia que emana de la conciencia colectiva que se está amalgamando en el mundo. La vulnerabilidad no es más que el reconocimiento de que somos personas en riesgo permanente a la hora de ser golpeados o afectados por algún tipo de adversidad: perder a un ser querido, tu salud, trabajo, patrimonio, etcétera. En el fondo, el hecho de reconocer que un líder contemporáneo deba ser vulnerable es hacer de él una encarnación simbólica de los fenómenos que una sociedad y el Estado que la ordena consideran que son más constructivamente disruptivos y predominantes. ¿Que un líder sea vulnerable o que reconozca que lo es puede ser algo positivo para el conjunto de la sociedad o para una empresa? Eso es lo que hay que estudiar para diferenciar los efectos prácticos y poder saber si ese atributo solo está sirviendo para que el líder simbolice el espíritu de la época, y no tanto para respaldar el espíritu del humanismo o la virtud de ser humilde o compasivo.
¿Cuáles son las más nefastas?
Como individuos, somos modos de ser, así que alguien con responsabilidad sobre otras personas debe ser observado en cuanto a que su forma de ser, su individualidad, cause el bien y se aleje de las manifestaciones del mal. Este enunciado me parece más sincero que delimitarlas en una lista de nombres.
Dicho esto, ¿cómo se forma un buen líder?
Solo de una forma: perfeccionando su capacidad para el entendimiento. Esto quiere decir que no solo debe ser una persona exclusivamente racionalista, también debe llegar a ser un conocedor de personas. Es lo mismo que igualar el cuerpo con el pensamiento. No hay primacías sino complementariedad. Un líder, primero, debería tener un tipo ideal formado que tenga claridad y al que desee aproximarse. Y, segundo, gobernar sus decisiones sabiendo cómo gestionar sus emociones y cómo controlar los puntos ciegos con los que funciona su mente. Evitar dejarse llevar por los sentimientos extremos de tristeza o por los sesgos cognitivos con los que solemos aprender desde niños, son el reto principal y, en cierta manera, creo que recogen y reconstruyen una disciplina olvidada. Esta disciplina clásica implicaría adquirir un bagaje pluridisciplinar, por un lado, y moldear el cerebro para estar abierto al “otro” y a lo extraño, por otro.
La autenticidad es la clave de una buena comunicación.
¿El debate es una buena escuela? ¿Qué aporta de valor para los participantes?
Para perfeccionar nuestro entendimiento, el debate es una de las mejores prácticas. Nos enseña a que el pensamiento tiene diferentes velocidades, una rápidas y otras lentas, unas más reflexivas y contradictorias, otras intuitivas y apasionadas. Y sabemos que la clave se mueve en el control que ejercitamos sobre esas velocidades para acceder al argumento, la idea o la acción que nos aproxime a la verdad en el desarrollo de la practica retórica. Es un entrenamiento bello y poderoso para que la persona se conozca y se desafié a sí misma. Y otro elemento muy importante que nos aporta: nos permite aprender del adversario. La escucha y el análisis del discurso de quien está frente a ti, requiere de una consumada habilidad técnica y de una disposición especial del alma y del cuerpo.
¿Y para las empresas o las organizaciones?
Es un yacimiento social para cristalizar el potencial absoluto de los perfiles profesionales. Permite que las múltiples inteligencias de un profesional se movilicen de modos cruzados y alternos, posibilitando superar la división técnica y prodigando una mentalidad abierta ante la diversidad y el cambio de perspectiva, que son cualidades necesarias para producir valor añadido e innovación.
¿Cuáles son las claves de una comunicación efectiva?
La reduzco a una: autenticidad. La individualización de la persona es un valor inmanente y la responsabilidad del comunicador estriba en responder con coraje a la verdad de su modo de ser en el mundo. Respetar la condición de lo auténtico es la clave para despertar el amor en el otro. El amor debería ser el final al que siempre llegase la persuasión intelectual. Pero no siempre es así, en ocasiones el final es el vacío de amor o su negación, lo que genera el odio o la imposición de una servidumbre en el otro.
¿Qué papel jugarán las universidades en la formación de los futuros líderes?
Su papel está siendo crucial. Es la Academia, el templo de la ciencia y de los saberes. Es la oportunidad de una sociedad para ilustrar a su patrimonio más preciado: los jóvenes. El propósito de esta misión es que el alumno alcance la “mayoría de edad” que nos prescribía Kant. Queda mucho que mejorar, pero el compromiso con este objetivo no puede tener fisuras ni titubeos. Una de las fuentes para la esperanza en el futuro está vinculada a la mejora continua de este aspecto.
¿Cómo debe ser un orador digital?
Alguien que adapta su habilidad para el lenguaje a la ausencia real de su cuerpo. Esto nos debe incentivar, en una primera fase, hacia el uso de la racionalidad con una mayor intensidad y precisión. Pero la culminación se localiza en aprender a comunicar también nuestro cuerpo virtualmente. Esto nos lleva a familiarizarnos con el arte dramático que tiene mucho que enseñar dada su dilatada experiencia en producir grandes comunicadores para la televisión, el cine y la radio.